El pintor nayarita Vladimir Cora haciendo una labor de evangelista, grabó doce parábolas en los troncos de los huanacaxtles; árboles caídos que fueron levantados por los comuneros de San Diego del Naranjo, municipio de Acaponeta, Nayarit. Troncos derribados por el tiempo, maderas que predican con sordo lamento, la agonía de la sierra y la dura faena de los hombres y mujeres que dedican su aliento a sembrar en el mundo otras historias.
Sus apóstoles ofician su banquete en la explanada frontal del Palacio de Bellas Artes. Como atlantes crecidos en el monte, celebran su pascua con el rostro borrado con ceniza, lloran un río cuajado en lágrimas o entrecierran los ojos para escuchar las aturdidas voces del silencio.
Vladimir hace hablar a los montes a través del canto sostenido en la madera. Árboles que según el autor, se convierten en voceros de su mundo para ensalzar a los diversos apostolados. El apostolado al que se refiere el artista, es esa razón de ser que se mete al espíritu y lo inflama con ánimos de servir a los demás. Ser apóstol es darse a la misión de existir para favorecer la vida de los otros, llevar una carga en las espaldas que sea bastimento para el desamparo. Se dice que el mundo se desorienta en los cruceros de la marginación, zona donde el poder pierde su lámpara y su brújula. Porque su forzada piedad –la del poder- , no llega a los estómagos vacíos ni alivia cuerpos enfermos ni las mentes extraviadas de los olvidados de la tierra. Vladimir Cora lo sabe, lo mira y lo encarna. Se hace árbol huanacaxtle, alta fronda que anida a los cenzontles y da semillas al jabalí. Cuando cae abatido por las ansias, se esculpe como un Juan, Pedro o Mateo para ser misionero que predica por los atrios extraños. Ahora es Bella Artes, el lugar al que miran los apóstoles y desde donde los miran muchos ojos y los palpan mil manos. La explanada es la capilla de indios donde doce ermitaños oran bajo el sol, la lluvia y las estrellas, esperando que el Creador se apiade de las almas que penan las orillas del mundo.
Estar ahí, bajo un tajo de sombra, leer sus travesías y el afán de surcar nuevos rumbos… nos lleva a evocar que lo que fueron semillas, se transforma en leyenda que cuenta lo que oyeron los montes siempre verdes de la región de Acaponeta.
Los apóstoles de San Diego del Naranjo
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