Cuidado con las mujeres hermosas que bailan. Cuidado con ellas, porque su poder es indescriptible e insuperable. Salomé bailó una vez y su baile bastó para ser mencionada por dos evangelistas, ser pintada por artistas de todas las épocas y para matar a un profeta: Juan, el bautista, primo de Jesús.
Salomé protagoniza su propia tragedia en la obra de teatro que lleva su nombre. Escrita, ni más ni menos que por Oscar Wilde, Salomé es una pieza lírica que cuenta la destrucción de todo hombre que pone sus ojos y su deseo sobre la princesa de Judea, hija de Herodías, hijastra y sobrina del rey Herodes.
Irene Azuela protagoniza la puesta en escena de Salomé que se estrena hoy en el Teatro Helénico. Azuela, dueña ya de una interesante trayectoria teatral (su revelación fue con El buen canario y su graduación con Oleana), da una actuación convincente. Después de ver su interpretación, creo que la pobre Salomé está loca y no con una locura rabiosa y espectacular, sino con la versión dolorosamente insoportable de la víctima de un abuso sexual. Durante toda su vida, Salomé ha sido violada por todos los hombres con los que se ha encontrado.
Por supuesto, la historia dice que Salomé es virgen. ¿Puede serlo (virgen, pura, inocente) cuando todos los días a todas horas hay alguien desnudándola con los ojos? Salomé es la luna, así la escribió Wilde, como una devoradora de masculinidad. Mauricio García Lozano, director y adaptador, conserva y destaca esa cualidad mutante de la diva (es una diva, no pertenece a este mundo. No es una femme fatale, a pesar de que su belleza tenga consecuencias fatales) y el erotismo del texto.
En el patio de la gran casa de Herodes, Salomé conoce a Jokanaan (Leonardo Ortizgris), un profeta borracho de Dios, preso en los calabozos de Herodes. Jokanaan es el único hombre que ha repudiado a Salomé en toda su vida y por eso ella lo ama de inmediato. Besar sus “labios rojos como una serpiente” se vuelve su locura, pero un hombre puro no puede entregarse a esos juegos. Y eso, ya sabemos, le costará la cabeza.
Lo que García Lozano cambia de la historia original es el espacio. Esa Judea está en cualquier lugar contemporáneo donde el poder se dispute.
Puede ser una cumbre del G-8 o una fiesta de narcos: ahí donde haya hombres ebrios de deseo y de dominio, ahí está el reino de Herodes. Qué fabuloso Herodes es José Sefami. Vestido como cacique, es pura lujuria. (Aplauso aparte merece Sefami por sus dotes como músico percusionista. La escena del baile de Salomé le debe tanto a él como a Azuela).
Cuando llegue el momento del clímax, cuando la sangre derramada por Salomé bañe la escena y un beso selle la tragedia, una cabeza rodará frente al público y será bello y será terrible. Si la obra estuviera mal dirigida, ese momento será ridículo. Pero en una buena noche (y esta puesta promete excelentes noches) Salomé será sublime.
0 comentarios:
Publicar un comentario