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lunes, 10 de enero de 2011

Pedro Castillo Romero: Hay varios tipos de cronistas. No todos son –somos, dijo el otro- iguales. Ah… pero eso sí la mayoría parecen –parecemos- hormigas, por no decir otra cosa.
Hace algunos años estábamos en la Casa Rómulo Gallegos de Caracas, sentados esperando que empezara una función de danza. Le comenté en voz baja a Roger Salas, crítico del arte de Terpsícore de “El País” de España: Nosotros parecemos cucarachas. “No”, me respondió tajante, “somos”.
¿Cuándo conocí a Pedro Castillo Romero, a quien esta noche homenajeamos? No lo recuerdo. Pero pudo haber sido en una presentación de un libro, en un concierto, en una función de danza, en una lectura de poemas, es una obra de teatro, en una exposición de pintura, en la conferencia de un notable o un desconocido, en un recital de lo que guste y mande usted. Perdónenme. Pero lo he olvidado.
Pero lo que sí sé, me consta, es que Castillo Romero, tiene el don de la ubicuidad, condición sine quanon de un cronista sea del tipo que sea. Él y su esposa los encuentra uno en cualquier acto cultural. No importa de lo que sea, ni quien lo protagonice. El cronista es fiel testigo del momento histórico que vive y su mujer da santo y seña de que su esposo si cumple con su profesión, porque le pese a quien le pese, el ser cronista es una profesión con todas las de la ley. Me dirán es que no se estudia para eso. Tampoco regalan los títulos. Bueno, no hay una carrera universitaria con ese nombre, pero de que se tiene que estudiar, abuelita de Batman.
Hay una cuestión que quiero saber. Me muero de ganas por descubrirlo. ¿Cómo es el espacio donde trabaja Pedro Castillo Romero? ¿Cuántas libretas garrapateadas tiene guardadas? ¿Cómo las clasifica? ¿No se le revuelven unas con otras? ¿Su esposa le ayuda a ordenar sus archivos? ¿Cuántas computadoras tiene? ¿Quién le paga por hacer su trabajo de cronista? ¿A quién le rinde cuentas?
Un cronista es un cronista. ¡Ni quién lo dude! Pero hasta en el medio cultural se le ve como “rara avis” o más bien como bicho raro. Alguien que atesora no tan sólo los papeles en los que escribe, sino que guarda cantidades exorbitantes de manuscritos, textos escritos a máquina –a la antigüita o con computadora- periódicos, folletos, libros, fotografías y carteles, y de unos años para acá casetes, elepés, cedés, devedés y demás artefactos que los avances tecnológicos nos regalan.
¿A dónde va a parar todo eso? ¿Los acervos de Pedro Castillo Romero que futuro tienen? Porque hay funcionarios que los ven como un montón de papeles que no sirven para nada. En los escritos del cronista que hoy celebramos, está la materia prima para la historia de la ciudad de Tepic.
Hay que recordar que la historia no se circunscribe a lo que viene en los libros de texto oficiales. Hay algo más allá, que el dato duro y frío. Como dijo Enrique Krauze, los héroes están hechos de bronce y de basura. No son los “supermanes” y las “superniñas” de las historia. Están hechos de carne y hueso y un pedazo de pescuezo, en uno más grande que en otro.
Ahora que homenajeamos a Pedro Castillo Romero, hay que decirlo, en Nayarit no hay un Archivo Histórico. ¿Dónde están los documentos para la construcción de la historia del Estado? La historia de la matria, de la que hablaba don Luis González, héroe de las mil y una batallas de la microhistoria.
Los cronistas viven –o vivimos, mejor dicho- olvidados de la mano de Dios y de los funcionarios culturales. Trabajan –trabajamos- al igual que Pedro Castillo Romero, rascándonos con nuestras propias uñas. Si se calla el cronista muere la vida, porque él registra lo que otros no ven o no quieren consignar porque no le dan importancia.
El homenaje a Pedro Castillo Romero, debe complementarse con el apoyo para que pueda realizar su labor de cronista de este Tepic, lastimado por la delincuencia organizada. No basta lo que publican los periódicos, sobre todo los que omiten hablar de los hechos culturales, que para fortuna de los que aquí viven suceden todos los días y en diversos lugares.
Entrego con sinceridad mi reconocimiento cordial a Pedro Castillo Romero y a la compañera incansable de su croniqueadera. A ellos dos le digo: “Quién dijo que todo está perdido, yo vengo a entregar mi corazón”… CÉSAR DELGADO MARTÍNEZ

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